En su expresión
filosófica, la Gnosis se define como conocimiento o sabiduría. Sabiduría que
necesitamos adquirir para liberarnos de la ignorancia, de la esclavitud que
representa la sujeción al mundo sensorial y del error, con todas sus secuelas
de dolor y sufrimiento. “Conoceréis la verdad y la verdad os hará libres”.
Necesitamos
conocer la realidad, la gran realidad en todos sus matices: absoluta y
relativa.
Antes de
emprender la búsqueda, antes de iniciar el
proceso de adquisición de esa sabiduría tan necesaria y salvífica,
debemos reconocer tres elementos fundamentales y esenciales de todo saber: el
conocedor, el conocimiento y el objeto de conocimiento. Vivimos en dos mundos,
el interior y el exterior. Antes de explorar y conocer la realidad externa (el
objeto de conocimiento) debemos primero explorar el mundo interior y encontrar
al sujeto cognoscente (el conocedor).
En otras
palabras, ante la gran interrogante que de inmediato se nos presenta, ¿qué es
la realidad? Debemos primero preguntarnos ¿qué es el hombre?, ¿quién soy yo?
Necesitamos ver el estado en que se encuentra el sujeto cognoscente y cuáles
son sus posibilidades de adquirir la sabiduría, el conocimiento.
Veamos. Lo más
importante en el hombre, según la tradición gnóstica, es su conciencia. La
conciencia no es la inteligencia, no es la memoria, no es la mente. “La
conciencia es una especie muy particular de aprehensión del conocimiento
interior”. La facultad de la conciencia nos permite el conocimiento de sí mismos
y de la realidad externa, por extensión. “Lo exterior es interior” ya había
dicho don Emmanuel Kant, el gran filósofo alemán.
Lamentablemente
la conciencia, lo más valioso en el ser humano, duerme profundamente sumergida
en el subconsciente. Las consecuencias de ese estado de la conciencia dormida
(más bien hipnotizada) son varias.
La más grave de
ellas es que el “querido Ego” aflora y se manifiesta, ocupando casi todo el
espacio psicológico interior.
Hay que decir
que el ego es la sombra, las tinieblas, la causa profunda del error y la
ignorancia. Es un conjunto de fuerzas ciegas que nos impulsan hacia la
destrucción y el vacío de la nada… Es, en síntesis, el ego una suma de
elementos psicológicos que nos impiden percibir la realidad tal cual es. Por
eso se le denomina “elementos subjetivos de las percepciones”.
En
contraposición al ego, la conciencia es la luz interior, el amor y el conjunto
de otros valores genuinamente humanos; la paz y la felicidad. La conciencia
precisa de los sentidos de percepción sensorial y de los sentidos de percepción
extrasensorial, la mente interior y la conexión con el Ser para captar la
realidad de forma objetiva y elaborar conceptos de contenido exactos acerca de
ella.
Lamentablemente
por el estado de adormecimiento de la conciencia tanto la realidad interna como
la externa no es como la percibimos. Vivimos en un mundo de sombras y
confundimos la sombra con la realidad. El estado de condicionamiento egoico
está en la base de este fenómeno. “Estamos condicionados a ver el mundo tal
como los cinco sentidos ordinarios nos lo presentan y en nuestra conciencia no
haya posibilidad de correlación con una realidad diferente”.
Es decir, la
conciencia duerme, más que dormida esta hipnotizada, y para colmo de males los
cinco sentidos de percepción sensorial están atrofiados. No captamos los
matices más sutiles de la luz, el sonido, los colores y las densidades variadas
y sutiles de la materia que podrían ser captadas a simple vista. Los procesos
de la transformación de la materia en energía y viceversa no son perceptibles.
Simplemente los objetos materiales aparecen y desaparecen de nuestra visión y
no nos preocupamos por indagar hacia donde se fueron y de donde vinieron.
En estas
condiciones deplorables no hay conciencia clara de la realidad que nos rodea
(solo teorías y creencias) porque no hay percepciones claras y objetivas. Los
elementos subjetivos de las percepciones (el ego) nos hacen ver solo lo que nos
interesa o lo que quieren ver, o lo que nos han hecho creer que es la realidad.
A esto contribuye todo el proceso de educación escolar, el condicionamiento
cultural y familiar, la religión y la ciencia académica.
Se necesita con
urgencia máxima el despertar de la conciencia. Despertar es estar presente en
el aquí y el ahora. Tener plena atención en la observación y la
auto-observación. Saber quién soy en cada momento (sentir al Ser). Estar
consciente de sí mismo, de todos sus procesos psicológicos y controlarlos.
Saber dónde estoy, en qué espacio-tiempo me encuentro. No soñar, es decir, no
proyectar fantasías en mi espacio psicológico. Estar abierto y pendiente a lo
nuevo ya que el mundo fenomenal está en un proceso de permanente cambio: “hoy
no somos lo que éramos ayer”. En otras palabras, romper de forma definitiva con
las cadenas de la ilusión. Este ejercicio, que en psicología Introspectiva o revolucionaria
se denomina vivir en permanente “recuerdo de sí”, permitirá y ayudará al
despertar de la conciencia. Si la conciencia despierta, se desarrolla y se
expande podremos corroborar y ampliar lo que la ciencia hermética, el
gnosticismo y el esoterismo en general, nos dicen sobre lo que es el Universo y
la Gran Realidad de la que él procede.
Antes, estamos
condenados a la pena de existir…
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